Siete competencias que contribuyen a la satisfacción profesional de los docentes

21 mayo 2018

Sentirse preparado y competente para enseñar bien a los alumnos es uno de los factores más importantes para la satisfacción profesional de los docentes. De esta forma, el profesor se encuentra seguro al dar sus clases y puede enfrentarse con mejor disposición a los retos y dificultades que aparecen continuamente en la enseñanza. La valoración que le transmiten sus compañeros y los propios alumnos refuerza su autoestima profesional, lo que habitualmente conduce a proponer iniciativas y a incorporarse a nuevos proyectos.

Hay, sin embargo, una pregunta inicial sobre la que es necesario reflexionar: ¿qué competencias son necesarias en los tiempos actuales para el buen ejercicio profesional en la enseñanza? Hace varias décadas se consideraba buen profesor a aquel que conseguía que sus alumnos aprendieran los conocimientos de la materia enseñada. Los grupos de clase eran bastante homogéneos, las relaciones con los alumnos y las familias eran muy directivas y apenas se tenía en cuenta la participación activa y los ritmos de aprendizaje diversos. Hoy, sin embargo, las competencias esperadas son muy diferentes y apenas nos servirían las antiguas para sentirnos satisfechos de nuestra acción educadora.

Un breve comentario previo sobre la noción de competencia. Existe el riesgo de que se la considere una habilidad individual que se manifiesta por igual en las distintas situaciones educativas. En el ámbito de la profesión docente es preciso ir más allá e incorporar dos dimensiones importantes: la capacidad de adaptarse al contexto educativo específico para dar una respuesta adecuada y la consideración de que esta respuesta debe ser tanto individual como colectiva.

Con estas nociones previas, apuntaré a continuación las siete competencias que considero más importantes para la actividad profesional de los docentes.

1. Ser capaz de ampliar los conocimientos de los alumnos y comprometerlos en sus aprendizajes

Los docentes han de tener un doble tipo de conocimientos: en un ámbito cultural o científico determinado y en las estrategias pedagógicas necesarias para que los alumnos aprendan en este área del saber. Esta última habilidad es central en la acción del profesor, pues solo a través de ella será posible que los alumnos se interesen por ampliar sus conocimientos y se sientan motivados para dedicarse a esta tarea.

2. Disponer de las habilidades necesarias para ofrecer una respuesta adecuada a la diversidad de los aprendizajes de los alumnos

Posiblemente es la competencia educativa más compleja y exigente. ¿Cómo organizar el proceso de enseñanza y aprendizaje en el aula de forma simultánea para los alumnos con más y con menos capacidad, para aquellos que están interesados o para los desmotivados, por no hablar de los que generan disrupción en el aula? ¿Cómo hacerlo con alumnos de culturas, lenguas e historias personales muy distintas?.

El dominio de esta competencia se manifiesta principalmente en la capacidad de programar una variedad de experiencias educativas, de adecuarlas a los ritmos de aprendizaje de cada alumno y de proponer proyectos educativos que permitan el trabajo en común y el apoyo mutuo entre los compañeros. Para lograrlo de forma continuada es necesaria la colaboración entre los profesores, la construcción de una cultura del centro sensible a la diversidad de los alumnos y la existencia de recursos suficientes.

3. Cuidar el desarrollo social y afectivo de los alumnos

Contribuir al desarrollo social y emocional de los alumnos es un objetivo necesario y ha de formar parte de la preparación de los docentes. No siempre ha sido así. Hoy, sin embargo, no se pone en duda que este tipo de actuaciones frena la violencia y el maltrato y ayuda al bienestar de los alumnos. Además, favorece sus aprendizajes, su capacidad de resolver los conflictos, su sensibilidad hacia los otros y sus conductas solidarias.

4. Estar preparado para favorecer la autonomía moral de los estudiantes

La educación tiene que tener también como objetivo la formación moral y ética de los alumnos, lo que ha de ser responsabilidad del conjunto de los docentes de un centro. Esta tarea no ha de contemplarse solamente como una formación teórica, sino que debe orientarse hacia la acción y apoyarse en la reflexión y en la sensibilidad hacia lo otros. Los proyectos en torno al Aprendizaje-Servicio abren una sugerentes perspectiva para avanzar en este camino.

5. Ser capaz de colaborar con las familias

Existe un total acuerdo en la importancia de la familia en la educación de los hijos/alumnos. Pero también existen recelos en la colaboración mutua, en gran medida por la dificultad de reconocer y respetar las funciones de cada uno. Por parte de los docentes, hace falta desarrollar un conjunto de habilidades que favorezcan esta cooperación: sensibilidad, confianza, escucha y diálogo.

6. Actualizar su formación y reflexionar sobre su práctica

Si los profesores trabajan en la formación de los alumnos, deben poner también en primer plano su actualización profesional continua. Los docentes han de considerarse unos profesionales reflexivos que deben ser capaces de evaluar su propia práctica y de pensar sobre ella para mejorarla en el futuro. Ello supone un compromiso con su centro, con sus compañeros y con sus alumnos.

7. Trabajar en colaboración con los compañeros

El cambio más importante en la concepción de la profesión docente se basa en una premisa asentada en las últimas décadas: no es posible ser un buen profesor si no se trabaja en colaboración con otros docentes. Es preciso dar y recibir, comunicar las propias experiencias y aprender de los otros. La capacidad para participar en proyectos comunes que intentan algún cambio o mejora por pequeño que sea es expresión de una acertada visión de la docencia.

Esta perspectiva social e innovadora se ve favorecida o limitada por el contexto cultural y por las condiciones de trabajo de los profesores. El papel del equipo directivo es fundamental para crear una cultura de colaboración en la que los docentes se sientan respaldados en sus proyectos y en sus esfuerzos. Al mismo tiempo, es necesario cuidar las condiciones de trabajo para que estas iniciativas puedan desarrollarse.

Los profesores van construyendo su propia historia profesional en la que incorporan recuerdos positivos y negativos, que se entrecruzan muchas veces con otras vivencias personales. El predominio de una historia y de unas experiencias sentidas y valoradas de forma positiva contribuye a un mejor desempeño profesional, lo que a su vez mejora la propia autoestima. De este modo, se favorece una mayor satisfacción y se está en mejor disposición para enfrentarse a las dificultades inherentes a la actividad educativa. Por ello, las competencias profesionales no pueden comprenderse de forma adecuada sin una referencia a las emociones y los valores que viven los docentes. A estos temas dedicaremos los siguientes artículos.