Entre todos podemos generar un cultura inclusiva en la escuela

01 marzo 2020
Fotografía: Jaeyeon Sim.

La inclusión educativa depende en gran medida del convencimiento que la convivencia y el aprendizaje con alumnos diversos es positivo para todo el alumnado. Como indica Mel Ainscow uno de los pasos para la inclusión en la escuela es promover el respeto por la diferencia. Cuando el otro distinto es percibido como un peligro para la convivencia o el progreso educativo, se levanta y refuerza una de las principales barreras para la inclusión.

Por ello, la intervención para favorecer el reconocimiento y la diversidad humana tiene una gran importancia para avanzar en la inclusión educativa. El cambio fundamental debe producirse en el desarrollo de actitudes inclusivas. Es necesario que se suprima la distancia entre el “yo” y el “otro” y se transforme en “nosotros”, donde los alumnos conviven como miembros de un mismo grupo a pesar de las diferencias.

Las actitudes que el ser humano desarrolla en su relación con otras personas, se manifiestan en distintas formas de relación (por ejemplo expulsión, segregación o inclusión), en el lenguaje y en la comunicación. Los niños van construyendo sus propias actitudes a través de conversaciones, comentarios,  noticias,  películas,  medios de comunicación y un sinfín de actividades cotidianas vividas en la familia, en las escuelas y en las calles.

Las actitudes no son innatas ni aparecen de forma súbita, sino que son aprendidas gradualmente a través de la experiencia. La manera en la que el niño se socializa, el grupo social de referencia y las pautas de socialización son determinantes. De ahí la gran influencia de la sociedad en el desarrollo de las actitudes hacia las diferencias. La cultura social inclusiva es, por tanto, un poderoso factor para el establecimiento de actitudes inclusivas positivas en el ámbito educativo.

Las actitudes negativas de las personas que rodean a los alumnos pueden suponer obstáculos más importantes para la inclusión que los derivados de su propia situación  personal y/o social. Por ello, es fundamental fomentar, incrementar o desarrollar actitudes inclusivas en los todos los miembros de la comunidad educativa:

  1. En los compañeros: Ver: “10 pistas sobre el papel de los compañeros en la inclusión educativa”).
  2. En los profesores. Son ellos los que pueden influir en las actitudes de los estudiantes y los que pueden impulsar un modelo de enseñanza y aprendizaje sensible y adaptado a la diversidad. Además, la actitud del profesorado va a repercutir en las expectativas sobre el desarrollo y el aprendizaje de sus alumnos. Ver: “Efecto Pigmalión: el profesor es el instrumento didáctico más potente”.
  3. En los equipos directivos: “Si la escuela fuera un tren, el equipo directivo es su locomotora”. La inclusión educativa es menos complicada cuando existe un liderazgo que promueve iniciativas que la faciliten. Ver: “Condiciones de a la enseñanza y competencias de los docentes para favorecer la inclusión educativa”).
  4. En las familias. Determinadas expresiones, palabras o gestos, así como la forma de manifestar su visión de la diversidad en sus prácticas cotidianas promueven una determinada orientación en la formación de actitudes en los niños. No cabe duda de que las familias que son recelosas de la educación inclusiva pueden influir negativamente en las actitudes y el comportamiento de sus hijos e hijas.

En conclusión las transformaciones sociales y educativas que son necesarias para impulsar procesos de inclusión de calidad exigen un esfuerzo firme, sostenido y creciente en el que el valor de la cultura y de las actitudes positivas es determinante y refuerza otros factores imprescindibles.

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