El problema de la motivación, o más bien de la falta de motivación, en las aulas no es nuevo. El dramaturgo inglés George Bernard Shaw escribió en su momento: “desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”. Posiblemente sus maestros o maestras veían en él a un alumno desmotivado, desinteresado por el conocimiento y el aprendizaje, que perdía el tiempo en la escuela y se lo hacía perder a los demás.

Pero el futuro escritor y Premio Nobel de Literatura, tenía, o creía tener, sus motivos para desconectar de lo que sucedía en el aula, para poner el interruptor en off mientras estaba allí, como les sucede hoy a tantos y tantos alumnos sobre todo en los últimos años de la Educación Primaria y en la Educación Secundaria, pero cada vez más en otras etapas.

Si queremos ayudarles a que no interrumpan ese flujo de conocimiento, a que pongan el interruptor en on, debemos asumir la necesidad de fomentar la motivación de los alumnos desde la acción docente en las aulas, pero también superar algunos mitos o falsas creencias sobre cómo funciona esa motivación y cómo podemos promoverla. Solo así podremos diseñar estrategias eficaces para dar a los alumnos verdaderos motivos para aprender.

Una cosa es cierta: sin motivación no hay aprendizaje

De las muchas cosas que se dicen sobre la motivación hay una que sin duda es cierta. Para aprender, los alumnos, como cualquier otra persona, tienen que tener motivos. Al menos cuando se trata de aprendizajes complejos e intencionales –se requiere mucha práctica deliberada. Cuando aprendemos queriendo aprender, ya sea a leer, a andar en bicicleta, a hablar en alemán o para comprender las diferencias entre el cambio físico y el cambio químico, mantener esa práctica requiere un esfuerzo –asignar recursos cognitivos, emocionales y materiales, dedicarle tiempo- que solo se justifica si hay un buen motivo para esforzarse.

Pero estas tres ideas sobre la motivación son erróneas

Pero el hecho de que aprender requiera motivación y esfuerzo, no significa que otras ideas comunes sobre la motivación, muy ligadas a la llamada “cultura del esfuerzo” lo sean también. Al contrario, la investigación educativa realizada en las últimas décadas en este terreno ha mostrado que varias de estas ideas son erróneas, tanto empírica como teóricamente. Veamos algunas.

No hay alumnos motivados o desactivados; hay actividades que motivan o no

Se suele asumir que hay alumnos motivados y no motivados, que la motivación es un estado mental del alumno por el que el profesor poco puede hacer. Esta idea, que también se asume en otros procesos como la inteligencia o la creatividad, es errónea. La motivación no es un estado del alumno sino un proceso, que tiene lugar en el contexto de una actividad. George Bernard Shaw interrumpía su educación, se ponía en off, cuando entraba en el aula, pero volvía a conmutar el interruptor cuando volvía “a la vida” o a su educación fuera de las aulas. Lo mismo les pasa a nuestros alumnos.

Por etimología motivar es poner a alguien en movimiento, romper una inercia. Acudiendo a una metáfora tomada de la Física, tras Newton ya no se trata de explicar por qué unos objetos se mueven y otros no, sino de explicar y controlar los cambios en la cantidad y dirección del movimiento. Igual sucede con la motivación. Según Guy Claxton, motivar es cambiar las prioridades de una persona, la dirección e intensidad de sus movimientos mentales, de su implicación y esfuerzo. Y ello se logra cambiando las actividades que impulsan a esos alumnos a moverse.

No es verdad que cuanto más se les exige más se esfuerzan los alumnos

Según la idea central de la llamada “cultura del esfuerzo” a mayor exigencia, más motivación y por tanto más esfuerzo. Así que cuanto más exigentes sean los contenidos, las tareas y las evaluaciones más se esforzarán y aprenderán los alumnos. Pero esta idea, de aparente sentido común, como tantas intuiciones, es simplemente falsa.

Según las teorías actuales de la motivación, una persona se esforzará más cuando crea que con ello logrará alcanzar la meta que se propone. Si ve la meta es muy difícil o lejana, en lugar de esforzarse más, desistirá en su empeño. Si usted comienza a ir al gimnasio o correr para mejorar su estado físico, y le exigen el primer día una hora y media continua de esfuerzo, algo por encima de sus posibilidades en ese momento, es muy probable que desista. En cambio, si le piden un esfuerzo graduado, creciente, ajustado a sus capacidades, 20 minutos hoy, 30 mañana, posiblemente se mantenga motivado y acabe por acercarse a esa meta de trabajar 90 minutos seguidos.

No es cierto que la mejor forma de motivar a un alumno sea obligarle y mantener el control externo

Muchos profesores, y muchos padres y madres también, creen que cuando un alumno o un hijo no estudian o no se esfuerzan, la única forma de motivarles es controlarles rígidamente, imponiéndoles tareas obligatorias, forzándoles a esforzarse mediante premios o castigos. Aunque esto pueda tener efectos limitados a corto plazo, no va a aumentar sin embargo la motivación del alumno de forma duradera si este no cambia, como Claxton decía, sus prioridades, si no encuentra un nuevo sentido a lo que hace. Curiosamente sabemos que la única forma duradera de mejorar la motivación y el esfuerzo de los alumnos es dándoles autonomía y responsabilidad. Solo los alumnos pueden poner en on el interruptor de su motivación, nosotros solo podemos proponer actividades o estrategias que les inviten a hacerlo.

Tres ideas o estrategias para dar a los alumnos motivos para aprender

Dando la vuelta a los argumentos anteriores, podemos encontrar tres ideas que pueden guiarnos para encontrar estrategias que fomenten la motivación de los alumnos en el aula, que les ayuden a cambiar el interruptor de su motivación, a romper su inercia. Conviene avisar no obstante que se trata de ideas o principios para mejorar el diseño de las actividades de aula, pero no de recetas ni de soluciones precocinadas (en educación no suele suceder que al meter esos precocinados didácticos en el horno del aula funcionen; se trata más bien de conocer los ingredientes que cada uno debe combinar y cocinar según su sabio y prudente criterio).

1. Para motivar hay que cambiar las prioridades y las metas de los alumnos

Pensando sobre todo en la educación obligatoria, para hacer que un alumno se motive, se interese por lo que esta aprendiendo, y siga practicándolo incluso más allá del aula, es necesario que le encuentre sentido, que disfrute con ello o lo viva como un reto. Y para ello hay que partir de sus intereses, de sus prioridades, para lograr que generen nuevas metas ligadas al conocimiento que queremos que aprendan, que se hagan preguntas, se inquieten, se emocionen. Si motivar es poner a alguien en movimiento, motivar es inquietar, pero también emocionar (cuya etimología remite también al movimiento).

Se dice por ejemplo que los alumnos no leen lo suficiente. ¿Cómo podemos motivarles para que lean más? No obligándoles a leer textos que les aburren, por importantes que estos sean, sino partiendo de lo que les gustaría leer, para iniciarles en un viaje hacia lecturas y formas de leer y pensar la lectura que nunca se hubieran propuesto por si mismos, hasta llegar, si es posible, a esos mismos textos inicialmente indigestos.  ¿Que no les intensa la ciencia? Busquemos fenómenos o problemas que les atraigan (en el deporte, en videojuegos, en películas, en la vida…) y trabajemos a partir de ellos los conceptos y procedimientos que dan sentido a esas situaciones. Motivar no es trabajar sobre los intereses de los alumnos, sino partir de ellos para cambiarlos.

2. Para motivar hay que exigir en función de las capacidades de los alumnos

Como ya se ha dicho cuando se exige por encima de las capacidades, muchos alumnos se desmotivan, dejan de esforzarse porque no se ven capaces de alcanzar esas metas. Tampoco podemos pedir a los alumnos tareas que puedan hacer sin ningún esfuerzo, porque entonces no aprenderán nada nuevo. Hay que pedirles algo por encima de sus posibilidades, en lo que el psicólogo ruso Lev Vygotsky llamaba la “zona de desarrollo próximo” del alumno: aquello que sólo es capaz de hacer con cierta ayuda y esfuerzo y que una vez aprendido le ayudará a alcanzar una nueva zona de desarrollo próximo. Para ello es importante que la evaluación sea personalizada y que contenga ayudas para mejorar y no solo una calificación del rendimiento.

3. Para motivar hay que dar autonomía y responsabilidad a los alumnos

Sabemos hoy que cuanto mayor control siente el alumno sobre sus propias metas más probable es que asuma esos motivos como propios y los mantenga en el tiempo (que es lo que debemos desear en la educación para todos, que el gusto y el hábito de leer sea duradero, que el interés por el conocimiento científico perdure más allá del aula). Si obligamos a un alumno, o a un profesor, a hacer algo, difícilmente se atribuirá a sí mismo el interés por hacerlo, y en cuanto desaparezca esa obligación (por ej., cuando aprueba la asignatura) perderá el interés, dejará de practicarlo y por tanto de aprender, de leer o de hacer indagaciones científicas. Hay que dar autonomía a los alumnos, darles cierto control sobre sus metas, y acompañarles en ese movimiento, en su viaje hacia el conocimiento.

Pero esa autonomía debe acompañarse de responsabilidad, de compromiso negociado. Y no solo con el profesor, sabemos que una de las formas más sólidas de fomentar la motivación y el esfuerzo es el compromiso y la responsabilidad ante otros compañeros, mediante el aprendizaje cooperativo.

Tal vez si sus maestros hubieran aplicado estos principios, George Bernard Shaw hubiera interrumpido con menos frecuencia su educación al ir a la escuela. En todo caso merece la pena intentarlo, aunque solo sea, paradójicamente, por propia motivación.

Juan Ignacio Pozo es Catedrático de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid, donde imparte materias relacionadas con el aprendizaje y la instrucción. Actualmente es coordinador del Doctorado en Psicología de dicha Universidad.

Para saber más

  • Alonso Tapia, J. (2005) Motivar en la escuela, motivar en la familia. Madrid: Morata.
  • Covington, M.V. (1998) La voulntad de aprender. Guía para la motivación en el aula. Madrid: Alianza, 2000.
  • Pozo, J.I. (2016) Aprender en tiempos revueltos: la nueva ciencia del aprendizaje. Madrid: Alianza.