Hemos señalado en el artículo dedicado a las competencias de los docentes,  que su actividad profesional ha de entenderse también y principalmente desde sus emociones y sus valores.

Hemos hecho referencia en un texto anterior a la dimensión emocional de la actividad de los profesores.  

Es el momento de reflexionar sobre el sentido ético de su profesión.

Por qué unos profesores están satisfechos y otros insatisfechos

Hace años me pregunté por qué unos profesores viven de forma ilusionada su trabajo, mientras que otros de la misma ciudad, de edades semejantes e incluso del mismo centro están hartos o, como se define habitualmente, quemados.

A partir de esta pregunta realicé un amplio número de entrevistas a los profesores para tratar de comprender si existen algunas variables que permitan diferenciar la satisfacción de la insatisfacción profesional. 

Hay una primera constatación previa que es importante tener en cuenta: la historia personal y familiar del docente, las aspiraciones, las condiciones laborales y las valoraciones percibidas tienen una especial incidencia en el nivel de satisfacción o insatisfacción de los docentes en su trabajo.

Durante las conversaciones con los docentes, detecté que los que vivían con más satisfacción la profesión docente presentaban tres características principales: se habían preocupado por actualizar sus conocimientos y desarrollar algún tipo de innovación en su enseñanza; mantenían compañeros amigos con los que compartían alegrías y tristezas; y seguían considerando que ser docente merecía la pena.

Actualización de las competencias profesionales e innovación

La actualización científica y didáctica de los profesores contribuye a que desarrollen mejor su trabajo y, en consecuencia, a que se sientan más competentes y seguros con sus alumnos y en cierta medida también con sus compañeros.

La formación, sobre todo si es en equipo o con profesores del propio centro, anima a desarrollar iniciativas pedagógicas algo diferentes a las que cada docente suele llevar a la práctica con sus alumnos año tras año. Dicho con otras palabras, anima a hacer algo distinto bien fundamentado, anima a innovar (ver entrada sobre diez condiciones para innovar).

De esta forma y con esta dinámica de mejorar los conocimientos, de colaborar en proyectos comunes con otros docentes y de mejorar su enseñanza, los maestros y profesores se sienten más competentes, con algo más de ilusión por evitar repetir la misma clase año tras año, mejor valorados en su entorno educativo (no siempre, hay que reconocerlo, pues a veces la innovación no gusta a todos) y más satisfechos con su actividad profesional.

Amigos compañeros y equilibrio emocional

Las relaciones con los compañeros para compartir tristezas y alegrías y para buscar el apoyo mutuo son una garantía para resolver problemas, encontrar un mayor equilibrio emocional y sentirse animado para explorar nuevos retos educativos. Es con ellos con quienes mejor podemos encontrar sentido al esfuerzo que realizamos para enseñar a todos nuestros alumnos.

El sentido de la profesión docente: el compromiso moral

La tercera condición que se manifestaba en los profesores más satisfechos era haber actualizado a lo largo de su vida profesional el sentido de su trabajo. En un capítulo que escribí hace años sobre este tema (Marchesi, 2018), incluí una cita de la novela de Saramago “El año de la muerte de Ricardo Reis” que sigo considerando pertinente en esta reflexión:

El taxi arranca, el conductor quiere que le digan Para dónde, y esta pregunta tan sencilla, tan natural, tan adecuada al lugar y circunstancia, coge desprevenido al viajero […] tal vez porque le han hecho una de las preguntas fatales, Para dónde, la otra, la peor, sería Para qué.

¿Y cuál es el “para qué”, es decir, el sentido moral de la profesión docente que contribuye al sentimiento de satisfacción profesional? Estar convencido de que la actividad docente es una tarea que contribuye a mejorar el aprendizaje y el bienestar de los alumnos y que aspira de esa forma a una sociedad con mayor conocimiento, mejor convivencia y un creciente nivel de equidad.

No es sencillo mantener este compromiso a lo largo de los años. Los sinsabores, disgustos y conflictos que se producen en una profesión con tanta carga emocional pueden desmoralizar a los docentes. Los amigos compañeros y la voluntad de llevar a la práctica algunos cambios innovadores en su enseñanza, por pequeños que sean, ayudarán a superar el cansancio y el desfondamiento.

Una profesión ejemplar

En ocasiones, cuando daba clase a mis alumnos universitarios sobre temas relativos a la docencia, les preguntaba qué características valoraban más de sus profesores en la enseñanza obligatoria. De forma casi unánime, año tras año, había dos que destacaban sobre las demás: se preocupaban por nosotros y enseñaban bien.

Cuando les pedía que concretasen un poco mas, me respondían que preocuparse por nosotros incluía tener buena relación, estar atento a la situación de los alumnos, ser flexible. Enseñar bien era sinónimo de ser capaz de interesarles y de motivarles. Al final, algunos de ellos concluían: lo importante es que se perciba que al profesor le gusta dar clase. En la universidad, me decían, se nota mucho cuándo un profesor disfruta enseñando y cuándo lo hace por obligación.

El profesor no es solo un mediador para el aprendizaje de los alumnos, sino también un motivador, un ejemplo para ellos. Un ejemplo por su curiosidad, por su entusiasmo para interesar a los alumnos y conseguir que disfruten aprendiendo; un ejemplo en sus relaciones con los alumnos, en la atención a cada uno de ellos; y un ejemplo también en la forma de comportarse, en –permítanme elegir este término– las virtudes que muestra a lo largo de los días: su responsabilidad con todos y cada uno de sus alumnos; la equidad en el trato y en las decisiones que toma; y la compasión para sentirse próximo al alumno desprotegido y desvalido.

De esta forma, los docentes seremos un referente para nuestros alumnos a lo largo de su vida. Sin duda, no nos acordaremos de ellos hasta que no nos crucemos en algún momento pasado el tiempo y sea el alumno o la alumna, ya mayor, quien se nos acerque y nos llame por nuestro nombre y nos pregunte si fuimos su profesor o profesora en tal centro educativo. Le responderemos que sí, pero que difícilmente les recordamos entre los miles de alumnos a los que hemos enseñado. Entonces, sonriente, nos mostrará su cariño y agradecimiento e incluso nos recordará enseñanzas, anécdotas y consejos que le han sido útiles en la vida. En ese momento sentiremos una satisfacción profunda, nos olvidaremos de los malos momentos y volveremos a estar convencidos de que mereció la pena la tarea de enseñar.

Referencias

Marchesi, A. (2008). El bienestar de los docentes. Madrid: Alianza