En una reciente encuesta celebrada entre los asistentes al seminario web  –Conversaciones sobre Ciudadanía Global– convocado por la fundación SM en octubre, la totalidad de los participantes que cumplimentaron el cuestionario consideraba necesaria una educación para la ciudadanía global en el momento actual, especialmente incierto y complejo. No es difícil explicar tanta unanimidad, tras las duras lecciones aprendidas por la crisis del coronavirus.

La pandemia nos ha mostrado nuestra fragilidad y la del sistema, y nos ha ofrecido, no sin sufrimiento, una gran lección de humildad: un pequeño virus de menos de una micra nos ha recordado que somos vulnerables. Sabemos que este virus pasará, pero vendrán otros males quizá más difíciles de superar: el cambio climático, la crisis nuclear, las amenazas cibernéticas, las nuevas pandemias… También hemos aprendido que en un mundo tan hiperconectado los males globales no se pueden afrontar con recetas locales. Hay que encararlos entre todas y todos con visión global y con mucha anticipación. Por ello, necesitamos a una nueva generación de jóvenes conscientes de esta nueva realidad, capaces de identificar los retos y de actuar conjuntamente sobre ellos. Una generación que entienda que nadie puede más que todas y todos juntos. Esa generación está ahora en nuestros colegios, en nuestras aulas. ¿Qué educación necesita y merece para habitar una nueva realidad?

Nos parece evidente que necesita, que necesitamos, una educación más global, humanista, que ponga el foco en el cuidado de las personas y del planeta. Estamos convencidos de que esa educación para la ciudadanía global debe ser diseñada con los educadores y las educadoras, desde la cercanía con el alumnado y sus familias, y esta convicción nos ha llevado a trabajar con docentes, equipos directivos y otros agentes educativos para ir perfilando, a través de talleres interactivos, un conjunto de habilidades, competencias y saberes necesarios para intervenir positiva y proactivamente en la nueva realidad. La tabla 1 recoge las características más destacadas de ese perfil “en desarrollo”, que es tan solo una instantánea en el marco de reflexión abierta, que se va “redondeando” en cada nueva dinámica de interacción. Por tanto, no hay que leer esta tabla como la base para elaborar un listado de estándares, sino como un horizonte de tendencias, fundamentalmente porque una de las claves de este enfoque de educación global es la inclusión. Por tanto, se trata de acompañar a cada persona, sea cual sea el punto de partida, para que desarrolle su máximo potencial en la dirección señalada por este horizonte aspiracional.

Como se aprecia en la tabla, las competencias más valoradas por los educadores y educadoras son la orientación a la acción; la capacidad para investigar y comprender la realidad; la competencia intercultural; la competencia cívica global y local (una nueva dimensión de la educación cívica), y una adecuada educación del carácter en torno a las “virtudes” que reclama la nueva realidad, esto es, saberes prácticos entre los que Victoria Camps destaca el respeto mutuo ante la dignidad del otro; la responsabilidad, para hacernos cargo y dar cuenta de lo que hacemos, y la solidaridad, una virtud que conecta con el desafío de educar en la fraternidad, elemento central de la reciente encíclica Fratelli tutti. Frente a la presión excluyente de algunas ciudadanías nacionales o locales, apostamos por este enfoque global porque lo sustancial es la pertenencia a la especie humana: es más fuerte lo que nos une que lo que nos separa.

Sin duda se trata de un perfil ambicioso. ¿Cómo debe ser una educación para la CG que permita desarrollarlo? Es indiscutible que el primer componente que debe abordar una educación global es el cultivo de los saberes y competencias globales. Esto lo que mide el último informe PISA, presentado a finales de octubre, que analiza la capacidad para examinar sucesos locales y globales, entender otros puntos de vista, interactuar con otras culturas y ser proactivos en la mejora del bienestar colectivo y el desarrollo sostenible. Es muy significativo que la competencia global sea uno de los focos de interés de las nuevas pruebas PISA, junto con matemáticas, ciencias y lengua.

Sin duda, la competencia global es un componente necesario, pero no es suficiente. Hay que incorporar un segundo componente clave: la cultura del cuidado. Tiene que ver con la ecología integral, con el cuidado de las personas y del planeta como formas de compensar nuestra fragilidad y la del sistema. Aprender a cuidar es aprender a hacer interacciones del tipo ganar-ganar en todos los niveles. Dependemos del cuidado de los otros. Por ello es necesario construir en cada alumno y cada alumna una ética del cuidado por uno mismo, por la humanidad y por la naturaleza.

Y el tercer componente es la cultura relacional, que reafirma el necesario protagonismo de  la escuela en esta época convulsa. La escuela es un gran sistema relacional, sostenido por una tupida red de vínculos que ni la educación a distancia ni el homeschooling (la escuela en casa) pueden reemplazar. Es cierto que no solo educa la escuela, pero es la mejor institución que tenemos para asegurar la educación como un bien común universal. Este enfoque de educación global armonizada bajo la ética del cuidado y la cultura relacional es por el que apostamos.

Y todo esto, ¿cómo se lleva a la práctica? Los humanos no cambiamos nuestros comportamientos porque nos convenzan, ni porque estudiemos una nueva asignatura, sino a través de la práctica, de la adquisición de hábitos y rutinas. La ciudadanía global no debería ser, por tanto, una nueva asignatura. Es un saber práctico que no se estudia, ¡se practica! No se puede enseñar ni aprender la ciudadanía global sin ejercerla. Se construye a través de una pedagogía de la participación, y de la vivencia de ciertas actitudes y valores que recorren de forma transversal y sistémica todo el currículo.

Para encontrar el camino, lo mejor es ponerse ya en marcha. Experimentar, avanzar todas y todos juntos, conscientes del poder de cada paso por pequeño que sea. Como decía Galeano, parafraseando a Juan Bautista de la Salle, “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. ¡Pongámonos a ello!