Myra: por una red de lectura

08 mayo 2019

Priscila Fernandes es periodista y estudiante de doctorado en Literatura en la Universidade Presbiteriana Mackenzie.

En uno de los artículos de Mundo escrito, mundo no escrito, el escritor Italo Calvino habla sobre la importancia de la lectura para la construcción de un mundo interior, mostrando la amplitud de horizontes que esa actividad puede proporcionar. Pero para alcanzar la libertad a partir del texto es necesario seguir un camino de experimentación, de ejercicio de lectura, que, cuando es mediado por la generosidad de otro lector más experimentado, puede potencializar no solo la percepción y la relación con el mundo interior, sino también la capacidad de dialogar con otras personas, con el mundo exterior.

Esa idea de ampliación de horizontes, de diálogo, de conexión y de desarrollo integral está en la base de la concepción del Programa Myra, una iniciativa desarrollada por la Fundación SM, con apoyo técnico de la Comunidad Educativa CEDAC. En Brasil, el proyecto recibió el nombre de Myra, una palabra de origen Tupí que remite a los vocablos gente, personas y grupo, y que concentra valores fundamentales para el Programa, como integración, colectividad, relaciones, desarrollo y horizontes.

En la práctica, la iniciativa crea una red a través de la lectura, compuesta por diversos actores que tienen en común el interés de contribuir para mejorar cada vez más la comprensión y el desempeño lector de los estudiantes de 4º a 6º grado de la educación básica primaria de la red pública brasileña. Gestores, docentes, familias, voluntarios y estudiantes integran esa comunidad, que se apoya en la idea de que la lectura es un derecho de todos y una vía de acceso a los bienes culturales construidos por la humanidad.

El Programa promueve encuentros semanales, de una hora de duración, en los que un voluntario-tutor y un niño realizan actividades en torno a la lectura. En tal sentido, enfatiza la construcción de vínculos entre los lectores y las lecturas, y entre los voluntarios-tutores y los niños.

La lectura en diálogo

“Lo que me motivó a participar en el Programa Myra fueron simplemente las ganas de ayudar. A través de esa experiencia, aprendí mucho. Aprendí a escuchar mejor quién está conmigo. También aprendí a comprender las necesidades del tutorado para elaborar las actividades de la sesión de lectura”, cuenta el actor Marco Antonio Moreira sobre su experiencia como voluntario del Programa.

El relato sobre el deseo inicial de ayudar a un niño a leer, muy común en las conversaciones iniciales con quienes se postulan para participar del Myra, gana nuevos contornos a lo largo del proceso, cuando el voluntario  percibe que su actuación va más allá de la idea de donar tiempo para una causa y que demanda vínculo, escucha y, principalmente, el diálogo con el otro. El voluntario, en principio considerado un agente para la transformación, también se transforma, lo que completa un círculo virtuoso de desarrollo de la comunidad de la cual forma parte.

Resultados más allá de los números

La medición del éxito de un proyecto social no es una tarea sencilla. Es preciso establecer y supervisar indicadores palpables, como el número de participantes y el progreso alcanzado, además de estar alerta a los aspectos menos tangibles, pero sin embargo esenciales, como el nivel y la calidad del aprendizaje, el desarrollo socioemocional y el impacto positivo del trabajo en la comunidad.

En el Myra, la evaluación pedagógica figura como uno de los índices de materialización de los objetivos. A inicios de cada año lectivo, todos los estudiantes realizan una evaluación que mapea las competencias lectoras individuales y del grupo. A partir de los resultados de ese instrumento y de las indicaciones de la escuela, algunos alumnos son invitados a integrar el Programa y se los encamina a sus respectivos voluntarios-tutores. Al final del año, el grupo realiza una segunda evaluación que muestra el desarrollo de cada estudiante y del grupo en forma general. Las dos pruebas se contrastan para revelar los niveles de aprendizaje del grupo en comparación con el de los estudiantes que participaron del Programa.

Los resultados obtenidos indican el progreso continuado de los alumnos que participan en él. Pero más allá de lo que muestran los números, el Programa reúne historias de desarrollo reales, narradas por quienes están cotidianamente en contacto con los estudiantes: sus coordinadores, docentes y familiares. La opinión de una de las docentes participantes indica la riqueza del programa y su valor para los alumnos:

“Observamos un fortalecimiento de la autoestima de esos alumnos, que tenían muchas dificultades con la lectura y mantenían una postura apática en el aula, como si no formasen parte del grupo. A medida que fueron recibiendo el acompañamiento de los voluntarios, fueron mejorando la capacidad de lectura, la participación en el aula y la autoestima. Comenzaron a superar las dificultades para realizar las actividades y tuvieron más interés por el acervo de lectura del aula.  Creo que eso contribuyó para que pudieran creer más en su propio potencial y pasar a sexto grado fortalecidos. Cuando la autoestima del alumno mejora, cambia el comportamiento, cambia la nota, todo es una consecuencia”.

Ampliar y contextualizar el programa

El programa se organiza en torno a cuatro ejes principales: una escuela motivada, una escuela que otorga un especial valor pedagógico a la lectura, un conjunto de voluntarios interesados en desarrollar un proceso de lectura compartido y unos alumnos inicialmente con dificultades lectoras, pero con ganas de participar.

De los cuatro factores, hay dos especialmente importantes. El primero, valorar la importancia de la lectura para abrirse a otros mundos, para encontrarse con el otro, para aprender y, en el caso de nuestros alumnos, para mejorar su autoestima.

El segundo, contar con personas interesadas que colaboren en este proceso. Pueden ser padres y madres de la escuela, personas que valoran la lectura o incluso compañeros buenos lectores que asumen el papel de mediadores, un papel que enriquece a ambos alumnos. El último requisito es el tiempo. Quince minutos, por ejemplo, algunos días al final de las clases o entre las sesiones de mañana y de tarde pueden ser buenos momentos. Una experiencia que podría continuarse en el entorno familiar al final del día.

Referencias

  • CALVINO, Ítalo. Mundo escrito y mundo no escrito. Traducido por: Ángel Sánchez-Gijón. Madrid: Ediciones Siruela, 2006.