Valores ecológicos entre los jóvenes. Informe Jóvenes españoles 2021

24 febrero 2021

El informe Jóvenes españoles 2005 de la Fundación SM fue pionero al introducir una cuestión que por aquel entonces parecía importarles a muy pocos, pero que hoy día, después de décadas de desoídas advertencias desde los más altos organismos internacionales y ONG a lo largo y ancho del mundo, por fin ha terminado ocupando el centro del escenario sociopolítico mundial: los valores y la conciencia medioambientales.

Frente a esta irresponsabilidad organizada, término acuñado por Ulrich Beck a principios de los noventa, han ido surgido desde hace unos años numerosos colectivos de jóvenes como Fridays For Future, Juventud Por El Clima y Extinction Rebelion, imperando como temas centrales los conceptos de conciencia ambiental, originalmente un marco analítico por el que se pretende conocer la intensidad y forma en la que los ciudadanos se relacionan con el medioambiente, así como el de participación ambiental como modelo concreto de responsabilidad moral hacia la naturaleza.

Una exploración del marco social más amplio en el que se producen los diferentes cambios de actitudes en nuestro país nos indica que, sin embargo, esta transformación no solo la protagonizan los jóvenes. Cuando realizamos este análisis para la sociedad española, en el informe del 2010 encontramos una ciudadanía que mostraba índices bastante más bajos que el resto de Europa en prácticamente todas las dimensiones abordadas (González-Anleo, 2010, pp. 32 y ss.). Diez años más tarde, el marco general de la sociedad española es muy distinto. Diversos informes de la Comisión Europea arrojan en este sentido datos que hace apenas una década habrían parecido sencillamente increíbles. Me centro en dos:

  • En solo dos años, un fuerte incremento de los españoles que consideran el cambio climático como el problema “más importante” al que tiene que enfrentarse la humanidad. Un avance coloca a España, en 2020, a la cabeza de todos los países europeos en considerar este fenómeno como “un problema muy serio” (European Commission, 2020, pp. 12 y ss.).
  • Un ascenso equivalente de aquellos ciudadanos que “personalmente” consideran “muy importante” la protección del medioambiente, 10 puntos porcentuales por encima de la media europea y bastante por delante en lo que se refiere a la preocupación por diferentes cuestiones, como la “polución del aire”, la “contaminación marina” o la de “ríos, lagos o aguas subterráneas”, etc. (p. 21).

Los datos del último informe de la Fundación SM, Jóvenes españoles 2021. Ser joven en tiempos de pandemia, nos muestran que también aumenta el núcleo duro de jóvenes que considera prioritaria la protección al medioambiente. De hecho, este es el dato probablemente más optimista de la serie, ya que el aumento de jóvenes que apoyan esta idea es abrumador, pasando del 32 % en 2005 y 2010 al 37,1 % actual aquellos que se muestran “totalmente de acuerdo”, y acercándose al 80 % los que así lo piensan con mayor o menor intensidad.

No obstante, hay una diferencia muy significativa con respecto al resto de la población española: los jóvenes parecen estar bastante concienciados ya desde el 2005. De hecho, con un golpe de vista rápido de la tabla de datos, nos damos cuenta inmediatamente de que, incluso para el caso de algunas preguntas concretas, prácticamente nos encontramos en el mismo punto; y de que, esto es muy interesante, la primera oleada importante de concienciación ambiental probablemente vino a suponer no un avance, sino un fuerte retroceso en el caso de los más jóvenes. Un fuerte hartazgo que nos llevó, en aquel entonces, a proponer la hipótesis de que los jóvenes veían exagerada tanta campaña de concienciación de la noche a la mañana, tanto uso y abuso político o incluso comercial, lanzando, incluso, una clara advertencia: “Empezamos a estar cansados del tema” (González-Anleo, 2010, pp. 32-33).

Algo similar sucede con la pregunta sobre si “El equilibrio de la naturaleza es lo bastante fuerte para resistir tanto el impacto de los países desarrollados como de los que están desarrollándose”, para la cual se produce una importante disminución del conjunto de la población joven, pasando de un 42 % en 2010 a un 34,3 % en el 2020. El porcentaje de aquellos que están “totalmente de acuerdo” pasa de un tímido 7 % en el 2005 a un 12,7 % en la actualidad.

¿Ha conseguido la sobreexposición mediática del deterioro medioambiental acabar con el negacionismo? Solo en parte. Aún existe un núcleo duro de negacionistas, un 8,3 % que afirma estar “muy de acuerdo” con la idea de que la cuestión de la crisis medioambiental no se trata más que de una exageración; el mismo dato, esto no hay que perderlo de vista, que obteníamos en 2005. Porque el negacionismo, como toda forma de ideología, muta para adaptarse. En este caso, en gran parte por lo menos, el negacionismo, que afirmaba con rotundidad que la crisis medioambiental no es más que una invención, ha dado paso a lo que se conoce como neonegacionismo que, aunque a regañadientes, acepta que realmente existe una crisis, pero niega que esta sea producida por el hombre.

En ese mismo estudio podemos encontrar otro dato de gran relevancia para nuestro análisis. España es el país dentro de Europa en el que mayor proporción de ciudadanos considera el cambio climático como un fenómeno “reversible”, siendo apenas un 12 % los que lo consideran “irreversible”, sin matiz alguno. En nuestro estudio, esta opción es defendida, con mayor o menor intensidad, por casi uno de cada tres jóvenes, con un 10,5 % que afirma estar “totalmente de acuerdo”.

Por otro lado, aunque una enorme mayoría de jóvenes, un 81 %, considera que su “estilo de vida (consumo, formas de ocio, etc.) como ciudadano de un país desarrollado es importante”, crece la fe en la ciencia y la tecnología como una forma de deus ex machina, que nos salvará en el último momento. Un no-argumento al que se recurre machaconamente desde las filas neoliberales para no renunciar al crecimiento económico y a los estándares de vida de los que disfrutamos.

De hecho, exceptuando una minoría de jóvenes, no se entra al hueso duro de la mayoría de los hábitos de consumo de “alto coste” que analizábamos en el informe del 2010 y, aunque realmente puede observarse una puesta en marcha de la juventud en este terreno, aún queda mucho por hacer. Y la razón es muy sencilla: el alto consumismo de los jóvenes, incluso no trabajando o teniendo empleos precarios. Una conclusión a la que ya llegaba el informe de la ONU sobre proyecciones de los grandes retos para el 2015, cuando subrayaba que la pobre educación ambiental de aquel entonces chocaba con miles de horas de adoctrinamiento consumista en los medios de comunicación (ONU, 2005). La cuestión aquí es que, una vez más, las fuertes aspiraciones de los jóvenes chocan frontalmente con su forma de vida consumista, haciendo muy difícil para ellos atacar cuestiones como la fast mode; la obsolescencia programada de, por ejemplo, teléfonos móviles y complementos, o el uso de servicios de las empresas GAFO; en cierto sentido tan fuertemente arraigadas en el día a día juvenil que, prácticamente, puede decirse que es, en la actualidad, consustancial a la propia condición de ser joven. De lo que hablamos aquí, por tanto, es de una crisis en el pleno sentido etimológico de la palabra, es decir, del punto en el que hay dos caminos, uno que avanza hacia el empeoramiento de las condiciones del paciente y otro de mejora. “Una crisis mental”, apuntaba Ulrich Beck en una de sus últimas entrevistas, la de “imaginar la buena vida más allá del consumismo” (1/5/2014).

En todos estos datos aparece dibujado un cuadro, en mi opinión, bastante inquietante: uno de cada cuatro jóvenes está total o parcialmente de acuerdo con que la crisis ecológica es una exageración; casi uno de cada tres, que el equilibrio de la naturaleza es bastante fuerte para resistir el impacto de nuestro actual desarrollo, y, en el extremo opuesto, casi otro tercio considera que la batalla ya está perdida, por lo que no importa demasiado lo que hagamos.

Bibliografía